24 mayo 2014

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Las cosas y la rueda

En el anillo de la noche
giran muebles y ropa de terciopelo.
Rechinan las puertas,
entre mares de madera.
Sartenes y cacerolas
retumban
en la cocina del infierno.
Una botella altísima alinea las copas
como soldaditos de cristal. 
                                                                                         
                                                                                           Rueda la rueda
de paraguas y vestidos
golpeando  el pecho del viento
reclamando   llegar a las puertas
                       del séptimo círculo

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La comedia no es Divina
ni  Dante autoriza abrir el cerrojo
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La plaza y el teorema

 

El sudario del mundo

se sienta en el banco del parque.

La hamaca desparrama

cabellos blandos

                 mientas Fermat se revuelve

 entre sus ternas pitagóricas.

 El sol, ajeno a las matemáticas,

                 entibia el invierno.

Todo es juego,

palomas y olores dulces,

                sin embargo, más allá del arenero,

un pizarrón descifra,

que es imposible descomponer

               un cubo en dos cubos,

              un bicuadrado en dos bicuadrados.

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Qué importa eso, si en la plaza,

un niño mece sus piernas

desde un columpio.
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El ojo perdido

La impropia mirada del desorden

se percibe detrás de un cristal.

               Un vacío de caramelo

               imanta las heridas.

Todo se mira  con cien ojos cómplices

como un espejo de mil caras,

                     sin embargo percibe que él está allí,

intuye su impropia mirada.

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Busca el ojo perdido en la ciénaga de la memoria, donde se oculta  la

desesperanza,  para que él le devuelva el ser lo que ya no es.

 

 
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El hocico del sol             
 

El corazón golpea con lentitud,

cada ritmo

cruza la nuca que se carboniza,

                desde el dolor y la impotencia.

El despertar se funde en  alucinaciones,

                 espero,

                 espero.

Espero que el hocico del sol se filtre

por las rendijas de la ventana.

Un silencio aturde la liturgia de la madrugada

                              que supura insomnios.

La pulsión de atrapar ese instante efímero

es  tan poderosa como inalcanzable
 

………………………………………….
 

Dios se acercó a sorber

                 algunas gotas de rocío,

se asustó al confirmar lo humano que se siente hacerlo.

 

 

23 mayo 2014

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Las cinco de la tarde

Te quiero yo
y tú a mí, 
somos una familia felizzzzzzzzzzz.


La TV vibra al compas de los saltos de Barny. Lo demás es sombra. El mundo se ha condensado entre cuatro paredes. Un universo oscuro y denso. Tan denso que duele. Nada huele a caramelo y a torradas. El agrio olor de la soledad impregna el ambiente y la perfuma de silencios.

Y a Barny no le importa, sigue entonando.






Te quiero yo, 
y tú a mí, 
somos una familia felizzzzzzzzzzz


Su cabeza muta en una calesita de caballitos de madera. Solo caballitos que giran y giran porque son felices como dice Barny. Ella no quiere bajarse de la calesita, es demasiado dulce la sensación de felicidad. Sin embargo, el peso del presente la empuja al sillón, con la crueldad de las cosas sin nombre.

Marcos brillantes con algo de polvillo sostienen rostros amados. El universo que se formó a su alrededor puja por escapar desde el visillo de la puerta. Ella, trata, solo trata de retenerlo. Pero él quiere el afuera donde rugen otras vidas con otras fuerzas.


Te quiero yo, 
y tú a mí, 
somos una familia felizzzzzzzzzzz


Un brazo rosa se atreve a salir de la pantalla. Es Barny. Ella mira el reloj. Son las cinco de la tarde. No hay plaza, ni arna, ni tan solo una taza de chocolatada. Ni siquiera una galletita.

Un crespón se dibuja en las líneas de su rostro. Y se deja abrazar por esa virtual imagen de peluche mientras oye:


con un fuerte abrazo 
y un beso te diré 
mi cariño es para ti.


Después ella, desde el sondeo de lo esencial, mira la TV con un solo ojo, mientras que con el otro, espera. Espera que la mujer de trapo y huesos, le indique el instante exacto de cerrarlos.






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